Comentario
Adolf Hitler se quedaba en Berlín. Muchos de los reunidos sintieron un escalofrío miedoso: a nadie le agradaba morir en la capital del Reich, a ninguno caer en manos de los soldados del Ejército Rojo. Aun en aquellos días muchos esperaban la firma de un honorable armisticio o, en el peor de los casos, entregarse a los angloamericanos, con quienes esperaban poder trapichear políticamente.
Hitler autorizó la inmediata salida de Berlín de los archivos de la Wehrmacht y dividió el mando de ésta: Dönitz lo ostentaría en el norte y Kesselring en el sur. Göring, que había cargado las inmensas propiedades que había logrado rapiñar durante la guerra en un convoy, pidió permiso para trasladarse hacia el sur, a Berchtesgaden. Hitler lo concedió triste y fríamente.
Ese día también desaparecieron de Berlín Himmler y Speer, que luego regresaría por unas horas, y la mayoría de los jerarcas del partido y el gobierno, quedándose Bormann, Goebbels y los militares del cuartel general.
Lo que ocurría en el búnker era un mero reflejo de lo que estaba sucediendo en la ciudad. Desde el día 18 podía seguirse con toda nitidez la lenta progresión soviética por los estampidos de la artillería. El 19 ya cayeron algunos proyectiles dentro del casco urbano y el día 20 hubo dos momentos de intenso cañoneo. Los habitantes de Berlín, que, o no creyeron que la avalancha soviética pudiera destrozar sus defensas, o que esperaron que la capital fuera declarada ciudad abierta, habían emigrado en escaso número, pero a partir del día 18 los trenes partían abarrotados y las carreteras estaban embotelladas.
El día 20 se calcula que salieron de Berlín más de 200.000 personas. Speer se maravillaba de la cantidad de automóviles que había en las carreteras: "¿Pero dónde estaban escondidos y, sobre todo, de dónde ha salido tanta gasolina?" Al parecer los berlineses habían hecho acopio de reservas de carburante en espera de que se llegase a aquella situación, pese a la confianza que exteriormente habían aparentado hasta el final.
Esa noche salieron de Berlín un centenar de jerarcas nazis. En un avión, rumbo al sur, iban Saur, los taquígrafos de Hitler, el embajador Hewel; el ayudante naval del Führer, Puttkamer, ocho miembros más del personal de la Cancillería con sus familias... Había pasado ya los días, simplemente una semana atrás, en que salir de Berlín era considerado derrotismo y delito como le ocurrió al Doctor Brandt, anterior cirujano de Hitler, que le condenó a muerte porque se enteró de que había mandado a su familia fuera de la ciudad (8). Evidentemente era el final.
La jornada del 20, la del 56 cumpleaños, fue nefasta. Bormann consignó en su diario: "No estamos exactamente en una situación de cumpleaños".